¿Conviene realmente empezar el día con alimentos salados? Cada vez más personas — incluyendo nutricionistas, chefs y madrugadores empedernidos — lo creen así. En un país donde lo dulce ha dominado las mañanas durante décadas, el cambio de paradigma plantea una pregunta clave: ¿es el desayuno salado solo una moda más o tiene verdaderos beneficios?
De lo dulce a lo dudoso

El desayuno tradicional, con cereales azucarados, galletas o bollería, ofrece una sensación de energía inmediata… que dura poco. Al elevar bruscamente los niveles de glucosa, estos alimentos provocan bajones a las pocas horas, acompañados de fatiga, hambre repentina y falta de concentración.
Lo que parecía una forma eficaz de activarse resulta ser una trampa energética.
El desayuno salado entra en escena

Frente a esto, el desayuno salado gana terreno. Se trata de incorporar alimentos ricos en proteínas, grasas saludables y carbohidratos complejos: huevos, aguacate, pan integral, hummus, queso fresco, frutos secos o incluso sobras saludables del día anterior.
Este tipo de desayuno ayuda a mantener estables los niveles de azúcar en sangre, aporta mayor saciedad y mejora el rendimiento físico y mental durante la mañana.
Una costumbre que ya es norma en otros países

No se trata de una rareza. En Japón, el desayuno suele incluir arroz, sopa de miso y pescado. En Turquía, quesos, tomates, aceitunas y pan plano. En Alemania, panes negros, embutidos y verduras. México ofrece chilaquiles y tamales. El desayuno salado es parte del día a día en muchas culturas que valoran la comida como combustible real, no solo como un ritual social.
Lo que dice la ciencia

Diversos estudios respaldan los beneficios de un desayuno equilibrado y rico en proteínas. Entre ellos, destacan:
- Mayor sensación de saciedad
- Reducción del “picoteo” durante la mañana
- Mejor regulación del apetito a lo largo del día
- Mejor capacidad cognitiva en las primeras horas
Además, desayunos con bajo índice glucémico — típicos de las opciones saladas — favorecen el control del peso y previenen el riesgo de diabetes tipo 2.
¿Y lo dulce? ¿Tiene lugar?

Sí, pero con moderación. Frutas frescas, yogures naturales sin azúcares añadidos, avena o un toque de miel pueden formar parte de un desayuno dulce-salado equilibrado. Lo importante no es renunciar al sabor, sino priorizar nutrientes reales que favorezcan una mejor calidad de vida.

Sí, conviene desayunar salado. No solo por moda o curiosidad, sino porque nuestro cuerpo responde mejor a alimentos que lo nutren, no que lo sobreestimulan. Cambiar las galletas por huevos o el azúcar por aguacate puede parecer radical… pero tal vez sea la decisión más inteligente del día.